sábado, 10 de enero de 2009

Cuerpo

Nunca antes había estado tan ebrio como ahora. Solo soy un cuerpo deambulando en la claridad de las calles de la luna. El suelo está encharcado y mis pobres pies no saben mantener la compostura, no saben soportar el whisky que los riega desde las alturas. “Pero mírate, si casi no puedes avanzar, caminas serpenteante sin camino, solo por el placer de seguir hacia delante, por el orgullo de saber que tus venas, antes de explotar en una orgía de alcohol, siguen bombeando sobre la marcha”. Mis párpados no obedecen, caen como plomo sobre sus indolentes ojos y mi cuerpo tiembla antes de caer (con un golpe seco, rotundo, que pone punto final a mi historia) en un estanque de agua sucia.
Parece que no ha dejado de llover. No sé cuánto tiempo habré estado tirado en este callejón sin salida; pero, gracias a dios, mi despierto cerebro ha conseguido escapar del baño pegajoso de licor que le tenía preparado. Todavía no ha amanecido. El suelo está sucio y mojado, asfaltado por colillas de cigarros sin acabar. Mi mano frágil se apoya en un cristal roto. “No estás hecha para estos ambientes”. Debe ser porque la lógica no me deja creer en la casualidad o porque el corte sigue rezumando sangre pero no dejo de verme renacer de la botella que me atrapaba. He roto el cascarón, solo me queda volver a aprender a andar. Necesito una madre que me saque de este círculo de perdición y me lleve por el buen camino; y qué mejor sitio para encontrarla a buen precio que el que me señalan esos neones multicolores y parpadeantes.
En la habitación todo empieza a cobrar sentido. Poco a poco las incongruencias del pasado se se trasforman en una nube de polvo sin importancia tras cada paso hacia la estrecha cama oxidada. Toco su piel desnuda bajo la luz agresiva de la lámpara; pero cuando la luz roza su espalda ya no es agresiva, es suave, aterciopelada; forma curvas de sombra que poco a poco desvelo bajo mis dedos; y a cada paso, ella también roza mi piel, y siente cada parte de si como yo la siento, como un entramado que se acopla perfectamente a mi cuerpo, con una especie de simetría incomprensible, pero debemos suponer que existe porque eso es indudable.
Tu pureza me hace sentir el deseo más animal y primitivo. Gracias a ti puedo bajar de la nube que me aprisiona, esa nube soñadora a la que accedí por frustración, por añoranza de oscuridad, porque la luz ya no me hacía ningún bien y necesité del candil y la humedad del sótano para alimentar a mis demonios. Ahora los pies tocan el suelo y siento mi cuerpo pesado cayendo hacia ti, hacia tu falda aterciopelada. Tú me haces recordar la inocencia, el retozar en el césped despeinado, esos paseos tranquilos sin preocupaciones insanas, allí donde no importa el lenguaje con que se interprete el mundo.
Estoy enfermo, y las drogas son el forúnculo que lo pone de manifiesto, pero ahora permanece escondido tras la inmensidad de estos pechos carnosos, y vivo, sufro tu aliento ácido con olor a humanidad. Recorrer cada porción de tu cuerpo es como mirarme en un espejo, contemplar un complementario inalcanzable por definición; pero si logro el imposible, si mi cabeza consigue levantar las barreras que analizan cada movimiento y me deja ser uno contigo, entonces pequeña, no sabes lo que te espera; en toda tu sucia vida no habrás visto algo tan bello como el espacio, un lugar que no es perceptible por los sentidos, cuya dualidad esconde el secreto del pensamiento.
¿Por qué me dejas decir tantas insensateces Dios? ¿Por qué le dejas creer a tu obra insignificante que en sus palabras se encuentra el secreto de la vida?
Ya no creo en ti.
Déjame fluir contigo hasta lo más recóndito de tu ser, hasta que lleguen a mi todos los riachuelos de tu alma atormentada, que fluyan todos hacia mí, que yo bien sabré que hacer con ellos. A cada parte de ti le tengo reservada la forma más perfecta. Se amoldará a ella sin querer tan solo por casualidad inapelable. Y cuando la aplicación llegue a su fin, entonces solo cabe esperar una cosa, y ya sabes cuál. Lo supiste desde que atravesaste esa puerta de bisagras chirriantes, el punto de non retorno, el umbral hacia otra dimensión. No puedes resistirte. Tú querías que simplificara tus pequeñas imperfecciones hasta que la simpleza de una recta definiera tu belleza formal. Tengo hambre de ti, te necesito para sobrevivir al menos en tu historia, necesito hacerlo para poder aprovechar este último pedazo de realidad que la vida me ha preparado.
Tu belleza se asegura un lugar en el cielo. Cuando no miras, cada gesto inconsciente, cada palabra inocente que sale de esos labios carnosos crean arte. Acarician un espejo, donde se refleja la grandeza de tu alma. Pero ese espejo está sucio de perversidad, y no deja de escupir poesía contra tu falda.

Dios ven a ayudarme. Ven a sacarme. Te prometo que si lo haces me agarraré a tu fe hasta que mis manos no puedan soportarlo. Pero ya sé tu respuesta. No quieres unas manos manchadas de sangre.